El tenedor llegó a Europa
procedente de Constantinopla a principios del siglo XI de la mano de
Teodora, hija del emperador de Bizancio Constantino Ducas, la cual se negó a tocar los alimentos, que debía ingerir, con sus delicados dedos.
Teodora mandó que se le fabricase algún tipo de artilugio
con el que pinchar los alimentos y poder llevárselos a la boca sin tener
que utilizar las manos ni el cuchillo para hacerlo.
La
Princesa, que trató de imponer en la corte este nuevo utensilio,
conocido como "fourchette", que viene a significar "pincho", fue tachada
por sus contemporáneos, por esta y otras refinadas maneras orientales,
como escandalosa y reprobable.
En Francia se intentó introducirlo varias veces, sin éxito. En la Edad Media Catalina de Bulgaria quiso hacerlo popular en la corte pero los franceses la consideraron cursi y licenciosa.
En Francia se intentó introducirlo varias veces, sin éxito. En la Edad Media Catalina de Bulgaria quiso hacerlo popular en la corte pero los franceses la consideraron cursi y licenciosa.
Más tarde fue Carlos V de
Francia, pero esta vez el fracaso tuvo otros motivos: el rey y sus
inseparables amigos tenían fama de homosexuales y el tenedor volvió a
perder la batalla al ser considerado como un objeto caprichoso propio de
personas un tanto equívocas.
Llegó incluso a tachársele de "instrumento diabólico", pero la realidad es que el rechazo que tuvo el tenedor durante siglos obedecía más a una falta de habilidad de los comensales que a una posible falta de utilidad. Parece ser que estos se causaban heridas con ellos, pinchándose con sus afiladas púas los labios, las encías y la lengua. Lo utilizaban a modo de mondadientes, para rascar y hurgar.
En Europa se generalizó su uso a partir de finales del siglo XVIII o principios del XIX, dependiendo de los países, extendiéndose después al resto del mundo, en muchos de cuyos lugares se utilizan utensilios similares.
Llegó incluso a tachársele de "instrumento diabólico", pero la realidad es que el rechazo que tuvo el tenedor durante siglos obedecía más a una falta de habilidad de los comensales que a una posible falta de utilidad. Parece ser que estos se causaban heridas con ellos, pinchándose con sus afiladas púas los labios, las encías y la lengua. Lo utilizaban a modo de mondadientes, para rascar y hurgar.
En Europa se generalizó su uso a partir de finales del siglo XVIII o principios del XIX, dependiendo de los países, extendiéndose después al resto del mundo, en muchos de cuyos lugares se utilizan utensilios similares.
En España encontramos referencias a él en el siglo XIV. Carlos V y Felipe III lo utilizarían ocasionalmente, pero su uso se generalizó en el XIX.
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